En la actualidad, y más concretamente en Occidente, el yoga suele considerarse una práctica meramente física. Pero las asanas, (nombre que reciben las posturas en el ámbito del yoga) es sólo un portal hacia lo verdaderamente importante, el control mental y la práctica profunda de la meditación.
¿Y que hay más allá de la postura física?
Pues bien, el yoga se estructura en la consecución de ocho pasos. El asana es el tercero, pero anteriormente encontramos los verdaderos fundamentos:
Yamas: Conjunto de preceptos cuyo objetivo es mejorar la relación con nuestro entorno.
Niyamas: Conjunto de preceptos cuyo objetivo es mejorar la relación con uno mismo.
Aquí es donde empieza el verdadero yoga. Estos preceptos, de los que hablaremos más profundamente en otro momento, son los que debemos interiorizar para llevar a cabo una práctica con consciencia, dejando de lado el flujo constante de pensamientos.
Ahora bien, para llegar a sentir en nuestro interior estos valores, tal y como nos cuenta Patañjali en los Yoga-Sutras, uno de los mayores textos clásicos en los que se hace referencia a los aforismos del yoga, los dos medios para llegar al cese de las fluctuaciones mentales son:
La práctica: Esta práctica debe ser constante, es decir, prolongada en el tiempo, llevada a cabo con respeto y devoción, sin buscar un resultado inmediato. Debemos darle tiempo al cuerpo y a la mente para que puedan afianzar todas las enseñanzas recibidas.
El desapego de los sentidos: Puede resumirse en dejar de prestar atención al mundo exterior, y llevar la mirada hacia el interior.
Es una disciplina que con el paso del tiempo llega a convertirse en una filosofía de vida, porque tiene lugar una transformación interna de buenas actitudes, entre las que podemos destacar la gratitud y el amor, llegando a ser consciente del verdadero potencial humano que existe dentro de ti.
Por ello, podemos definir el yoga como el arte de aprender a volver a uno mismo.